La pieza que me propuse realizar debía cumplir algunas condiciones: tomar elementos conocidos, cotidianos, culturalmente cercanos, soportar la intemperie y ser circulables, para hacer alusión a la experiencia de organización ya vivida, pero también como un enlace humano que debiera ser natural, seguir la misma lógica de la formación de tejidos, órganos, organismos. Así la pieza es una especie de corredor o territorio rugoso que incluye la sensación de peligro, de riesgo, junto a la organización lúdica de aglomerados humanos, moléculas que en un principio se muestran desorganizadas pero que van agrupándose solidaria y objetivamente para realizar algún objetivo o tarea.
Elegí un andador de la Plaza Luís Cabrera para colocar la instalación con la idea de que gente la atravesara a su paso por entre unas pelotas de colores que incluían algunos personajes de plástico. Afortunadamente el trabajo en exterior provoca que el proceso de construcción sea parte de un proceso creativo y que de lugar a la participación del público. Así sucedió que conforme iba armando la pieza, los visitantes preguntaban el significado de algo que aun no existía y a los que invitaba a participar para acelerar la obtención de una imagen completa de la pieza. Los paseantes colaboraron activamente y reprodujeron la idea misma de la pieza al atraer a terceros y cuartos a sumarse para poder subir a un árbol o espolvorear el polvo blanco de los esténciles de la pieza, los chicos que preguntaban el significado lo asimilaron activamente, ese fue un elemento no premeditado que favoreció a la comprensión de la pieza.
La aceptación del material utilizado y su apariencia juguetona, reforzaron la sensación que buscaba transmitir: la de asumir el riesgo y la solidaridad organizada de una manera no dramática sino aportando bienestar y hasta alegría.
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